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SOCIEDAD

Constantino Hortal, Esther Prado y Alba Suárez fueron los homenajeados como Paxarros del Año 2025

Domingo 15 de Junio del 2025 a las 08:58


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La Asociación de Vecinos La Nozana de Viella celebró su Día del Socio con el reparto del bollo y la botella de vino entre los socios y colaboradores, pero el acto central fue la entrega de los reconocimientos como “Paxarros del Año 2025”, que este año recayeron en: Constantino Hortal, Esther Prado y Alba Suárez, esta última fue la Paxarrina del Año, que por problemas de salud no pudo recoger los detalles, en su lugar los cogió un familiar, Marcos Castro.

Esther Prado nació el 14 de febrero de 1936. Era la mayor de las dos hijas de Máxima de Quico Lita y José El Carrilu, que vivían en la Casa del Carrilu en La Peñona. Hasta los trece años fue a la escuela que tenía al lado de la nueva casa familiar a la que se trasladaron desde La Peñona.  Como hija mayor, la vida escolar se combinaba con la ayuda a su madre en el reparto de leche por las casas en Oviedo; lecheras en burra hasta el tranvía en Lugones y luego con las lecheras subían repartiendo hasta el restaurante Modesta en la calle Argüelles. Con otras mozas de Viella, Bobes y Valbona aprendió a coser con Sagrario la mujer de Mino el Roxu, se le daba bien y le gustaba; toda la vida disfrutó haciendo ropa para los de casa y demostró buen gusto y creatividad en lo que hacía. Parte del trabajo era llevar la comida a su padre que trabajaba en la Fundición en Lugones; para ello utilizaba una bicicleta que aún tiene por casa pues era de mujer, sin barra, “para no empatonar les faldes”. En esa bici iba hasta La Pola, por ejemplo, cuando tuvo que ir al Ayuntamiento a buscar la matrícula que el carro de la casa tenía que llevar, ya que los domingos los Ladreda tenían mucha vigilancia en la carretera de Bobes.

En 1970 Esther se casó en el Samoa de El Berrón con Francisco, un apuesto camionero al que vio por primera vez en casa Maruja la de Sebio, cuando él estaba descargando allí un camión con pienso y ella llegó al almacén con el carro y les vaques a buscar algarroba y paja. Volvieron a verse en una fiesta en El Berrón; Esther estaba con una amiga de Viella, Pepita; Francisco y un amigo suyo las sacaron a bailar. Volvieron a quedar en la fiesta de La Tenderina y comenzó su noviazgo de más de dos años. Nacieron sus hijos José y Margarita, y fueron momentos muy felices de su vida; construyeron una nueva casa familiar, en la que hoy viven, y los cuidados familiares se añadieron a los muchos trabajos que antes hacía. Ahora cuida de sus nietos Colás y Alejandra.

Esther goza hoy de una salud excelente. Sigue teniendo un ánimo extraordinario para ocuparse de las tareas domésticas y de su mano siguen saliendo los excelentes platos tradicionales, que ha cocinado toda su vida: les fabes, los garbanzos, los rollos de carne, los tortos, los brazos de gitana. Y, por supuesto, de su mano salen las vueltas del chorizo que ella y Francisco siguen haciendo en casa, a su gusto y para los suyos. Esther sigue siendo la mujer tranquila, discreta y amable que siempre fue.

Constantino Hortal nació el 28 de septiembre de 1938, en la parroquia de Vega de Poja. El padre era de los Hortal de Sariegu, eran tres hermanos y tres hermanas, él y otro hermano emigraron a Cuba, aunque pronto volvió y se casó con la madre de Constantino, vecina de Vega de Poja que tenía un hermano que había emigrado a Argentina de donde nunca volvió.

El paxarro mayor tuvo una infancia de trabajo: falar la pareja de vaques para arar la tierra, llendar les vaques y semar y coyer el trigo, parte de lo cual tenían que llevar en carro hasta Abastos como impuesto en La Pola, como recuerda. Pronto el padre introdujo la primera mecanización: máquinas de segar y de sembrar. Fue a la escuela del pueblo y después, los buenos oficios de dos primos que eran curas le permitieron ir a estudiar a la Universidad Laboral de Gijón inaugurada en 1955, en la que, “aunque se decía que era para los hijos huérfanos de mineros” como recuerda Hortal, le permitieron entrar. Pronto empezó a trabajar como tornero en Noreña a donde iba todos los días en bicicleta. A los veinte años tuvo que ir a la mili en Medina del Campo, en la artillería pesada; allí le enviaba la familia paquetes de comida que por uno o por otro pocas veces recibía.

A la vuelta del servicio militar, con veintidós años, anduvo unos días a la hierba y decidió que aquello no era lo suyo y empezó a trabajar en la Fundición Nodular de Lugones; su hermano en cambio prefirió seguir con la explotación agraria de la familia.

Constantino estuvo quince días a prueba en el puesto de la Nodular y tuvo que enfrentarse al trabajo con máquinas muy grandes que no todos querían o sabían manejar para hacer los cilindros con la precisión que la empresa exigía; los peritos, químicos y responsables de la fábrica que controlaban el buen funcionamiento de la fundición apreciaron su buen trabajo y allí se quedó hasta su jubilación. Fue oficial de segunda, y finalmente oficial de primera con tornos cada vez más grandes y difíciles de manipular hasta llegar la facilidad del control numérico de la producción.

Al principio de su vida laboral siguió viviendo en Vega de Poja; hacía en bicicleta todos los días los dieciocho kilómetros que hay entre Vega de Poja y Lugones; eran muchas horas, desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, y decidió quedarse de pensión en Lugones, aunque en cuanto pudo compró una motocicleta, Lambreta, para ir y volver a casa.

Tuvo un pinchazo que le obligó a parar en Viella, en la carretera, y conoció a AnaMari que vivía en la casa que sus padres Manolo y Pura, los Pingaretos, habían hecho en la carretera. Siguieron meses de coincidencia y cortejo en los bailes de El Panduku en Granda. Y en 1964, con 26 años, Constantino se casó con AnaMari en Viella y una celebración sonada en Casa Lonato en Oviedo.

El matrimonio tuvo dos hijos, Ana María o Marichu, como desde pequeña también la llamaban en casa, y Manolo. Al cuidado de los hijos y el trabajo en la Nodular, el matrimonio sumó la venta del pienso que ellos mismos molían y la alfalfa que recibían, y el reparto por toda la zona de Viella y de Pruvia, primero con un Renault 4L y después con una camioneta DKV. Anamari atendía a los clientes, preparaba la carga de los pedidos y Constantino los repartía cuando volvía del trabajo. 

Con mucho esfuerzo y dedicación fueron sacando adelante su negocio y ampliándolo. Construyeron una nave para almacenar lo que empezaron teniendo en el bajo de su casa en la carretera; contrataban peones para ayudar, compraron una cinta transportadora para carga y descarga de material; y el negocio se fue ampliando con nuevos productos y materiales ampliando la base del negocio: una carretilla, una nueva nave, etc. Finalmente, tras 32 años de trabajo y una lesión en el oído por accidente laboral, Constantino se jubiló, aunque pudo seguir trabajando durante algunos años con un 58% de la jubilación.

El alcalde de Siero, Ángel García, en su intervención recordó que lleva 10 años en el cargo y esta es una de las citas a las que siempre acude. “Agradecer a la asociación el trabajo que hacéis, porque siempre pongo un valor que nosotros podemos hacer mucho desde las administraciones y lo hacemos, pero la sociedad tiene que también hacer lo propio de aquí. Sois un ejemplo por toda la actividad tan intensa que realizáis en el centro social, de actos de reconocimiento a los mayores, que es muy importante reconocer a los mayores y también a los más jóvenes que se incorporan a la sociedad y al pueblo”, afirmó.

La presidenta de la Asociación, Sonia Lago, recordó que llevan 16 años organizando estos homenajes, “en todas estas ediciones reconocemos la vida de muchos vecinos, a los cuales hoy queremos recordar, como siempre, con cariño, pues gracias a ellos hoy conservamos nuestra identidad social y cultural, y gracias a ellos se siguen transmitiendo las celebraciones más jóvenes en actos como este que hoy celebramos. Hoy les ha tocado ser Constantino y Alba, a los que agradecemos que aceptasen este reconocimiento y recuerden con especial sentimiento el calor que los vecinos hoy les estamos dando. Para que una comunidad vecinal tenga continuidad es necesario el nacimiento de los vecinos, y en la nuestra estamos muy orgullosos de que siga creciendo 12 años, entregando el galardón al Benjamín o Benjamina de nuestra comunidad vecinal. Nuevamente podemos decir que ninguna lección desde su salvación quedó desierto al galardón, por lo que vieja tiene un buen músculo vecinal”, apuntó.

El Tapín

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