LLANERA

SOCIEDAD

Los últimos caseros de Franco

Sábado 03 de Febrero del 2024 a las 09:42


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Me disculpará el lector por el título, de indudable gancho, pues no se ajusta estrictamente al texto que sigue. En el caso que nos ocupa, desde la década de 1950 hasta la muerte de Franco y, en menor medida aún hoy, generalmente llamamos “caseros” a quienes, residiendo en las instalaciones del dueño, se ocupan de cuidar la propiedad. Los caseros de los que me ocuparé fueron residentes en viviendas propiedad de la familia Polo y ubicadas en terrenos de los mismos en San Cucao, en la zona de La Cogolla, pero nunca fueron empleados de los Polo ni de los Franco. Las dos viviendas, La Cogolla y El Felechal, estarían muy cercanas entre sí, casi lindando con el muro de piedra que separa la zona del palacete de La Piñella con el citado monte. Se accedería a ellas por una caleya que partía del camino a Mazurén desde Les Caleyes, prácticamente a la misma altura de la desviación a Saguñera, pero a la derecha. Por dicha caleya encontraríamos primero la casa-vivienda conocida como “La Cogolla” y unos metros más allá “El Felechal”, cuyos residentes fueron todos bien avenidos entre sí durante generaciones, y aún hoy día, aunque ya y desde hace años en residencias urbanas.

Antes de entrar en detalle sobre estos “caseros”, permítaseme unas notas históricas sobre el monte de La Cogolla; en febrero de 1932, Franco en representación de su esposa, solicitó al Ayuntamiento permiso para cerrar dicho monte de una “extensión de 9 hectáreas y cinco áreas”, es decir, 90.500 metros cuadrados. Ante la suposición del concejal Marcelino Rodríguez, conocedor de la zona pues residía en San Cucao, de que el solicitante estaba en posesión de más superficie que la figurada en las escrituras, el ayuntamiento nombró una comisión para verificarlo.

Formaban la comisión presidida por el alcalde, Severino Coterón, Celedonio García y el ya citado Marcelino Rodríguez, quien sustituía al inicialmente previsto Agustín González quien renunció por “no ser el tema de índole política y ser Marcelino de la zona”. Esta comisión tras examinar y medir los terrenos y vistos los títulos de propiedad, emitió un “informe redactado por el alcalde con el asesoramiento del secretario municipal, autorizando el cierre conforme al deslinde hecho por el ayuntamiento el 25 de noviembre de 1839, deslinde aún señalizado en 1932 con diez finxos, y que deja el camino de San Cucao a Mazurén y a Sabuñera así como el de la casa de La Cogolla a Agüera, con cinco metros de ancho, y se autorizaba variar el camino que desde el camino a Mazurén iba a la casa de La Cogolla, al lindero comunal y con un ancho de dos metros y medio”, camino este que sería la misma caleya antes citada.

La construcción del cierre debió plantear dudas al Ayuntamiento, quien acordó en marzo de 1932 “advertir al Sr. Franco que comunique al encargado de la obra que debe ajustarse por completo al acuerdo”. No he visto más apuntes en los libros municipales sobre el particular.

Así pues, retornando a nuestros “caseros”, fue en enero de 1956 cuando todos ellos, felechales y cogollenses, abandonaron aquel terruño tan familiar, consecuencia de la imperativa instrucción del vecino de casa Manín en el Cueto, don Manolito Rodríguez, quien era el administrador de las propiedades de la familia Polo. Como toda situación novedosa, el traslado no dejaba de plantearles dudas, aunque la buena fama y el prometedor futuro de la ENSIDESA en marcha, donde les ofrecieron un puesto de trabajo y, conforme a la normativa de la empresa en aquellos años, viviendas en Llaranes; se adaptaron pronto y bien a la nueva forma de vida urbana e industrial abandonando, que no olvidando, la vida en el campo: “nos quitaron de machacar tarrones”, recuerdan hoy día, como también tienen clara en su retina la imagen de algunos allegados llorando por los interrogantes de su marcha y las palabras animosas de otros diciéndoles “no lloréis, que vamos a un sitio mejor”.

En Llaranes, he podido charlar con una nutrida representación de ambas familias: Carmen, Avelina y Luisa Fernández Ramos de La Cogolla y José Luis Naveiras hijo de Carmen, el más joven de todos, pues llegó a Llaranes cuando solo tenía 6 meses de edad. El Felechal, por su parte, estaba representado por Juan Luis Díaz.

La Cogolla

Aquí registramos a José Ramos, fallecido ya en Avilés en 1956 con 82 años; estuvo casado con María González fallecida con anterioridad en La Cogolla pero oriunda de la casa de la Molinera, en la cercana localidad de Villanueva. En 1905 fueron padres de Josefa Ramos González, quien casó con Emilio Fernández Peláez nacido en 1904 en casa Jovino de Cayés, operario de “La Estufa” en Coruño, a donde acudía en bicicleta desde San Cucao, ambos fallecidos en 1993 y 1978 respectivamente.

Cuando Manolito Rodríguez se dispuso a tratar con José Ramos el asunto del desalojo de La Cogolla, como patriarca de la familia que era, José, atendiendo a su edad, encaminó al administrador hacia su yerno Emilio, dado que era el futuro de la familia de éste la que estaba en juego, interlocutor que fue aceptado por Manolito sin reparos.

Fueron hijos de este matrimonio Sara, José así conocido en San Cucao pero “Pepe” en la familia, Carmen, Avelina, Manolo y Luisa. En ENSIDESA, el patriarca Emilio fue conserje, el hijo José ejerció su profesión de albañil y Manolo la de electricista. Las mujeres, Avelina y Sara, fueron limpiadoras algunos años en la siderúrgica, pues al contraer matrimonio tuvieron que abandonar el empleo para dedicarse a la familia, según la norma empresarial de la época que se anularía a partir de 1986. Carmen era modista, bordadora y muy reconocida pantalonera. Con esta última especialidad, trabajó fundamentalmente en el Burión de San Cucao y casi todo el Llaranes de aquellos años lució alguna de sus confecciones, pues allí siguió con su oficio ajena a ENSIDESA, aunque su esposo Aquilino si trabajó en el taller de calderería de dicha empresa.

La casa de la Cogolla tenía dos pisos en piedra, con portal abierto y cuadra en el bajo; en el piso, que contaba con un amplio corredor de madera, estaban la cocina y las habitaciones.  Bajo aquel portal, fueron muchas las veces que Franco descansó en sus paseos por la zona, siempre con la escolta cerca, y sentado en el banco, comió fruta de la pomarada de la Cogolla. Y el mismo portal, fue cobijo e incluso lugar de pernocta de los guardias civiles, escoltas del Generalísimo, quienes encontraban en la cuadra-establo de los animales un lugar donde guarecerse del frio.

El trabajo en la “Estufa”, lo simultaneaba Emilio con las tareas agrícola-ganaderas; una comuña de unas ocho vacas, cerdos, gallinas, conejos y la cosecha de patatas, maíz, remolacha, fabes y trigo, requería tanto la atención del cabeza de familia como la de su mujer e hijos. Mis interlocutoras de hoy, jovencitas en aquél entonces, recuerdan como lindar les vaques, sallar el maíz, segar el ballico o el trébol eran tareas muy comunes y puntualmente obligatorias antes de ir al cine de Bienvenido o a los bailes del citado cine o de casa Ángel.  Nunca trabajaron para los Polo o Polo-Franco, pues lo cosechado era exclusivamente propiedad de la familia, quien vendía parte de la cosecha en la Plaza de Posada y en el mercado del Fontán en Oviedo, a donde acudían a pie caminando junto al “burro” de la casa bien cargado, pues las alforjas iban repletas de productos del campo. El maíz lo transformaban en harina en los ingenios del Molinón, en Guyame.

Carmen pasaba las horas de la siesta del verano aprendiendo a coser con Mina el Menor, en Guyame, mientras que para aprender a bordar viajaba hasta La Venta del Gayo, a pie y esporádicamente en la bicicleta de su padre. En sus recuerdos están las escuelas unitarias de La Piñella, los recreos en la carretera y a los maestros de aquel entonces, don José y doña María Luisa y muy probablemente en el caso de Carmen también a doña María Teresa González, la hermana de Ángel el reconocido poeta, las misas de don Aquilino y de don Ángel después, y por supuesto, el obligatorio catecismo en la Iglesia, donde esporádicamente se distribuían aquellos rudos zapatos de Segarra…

Alguna que otra picia hicieron, propias de la edad; coger peras, manzanas y demás, a hurtadillas, de los frutales existentes en el cercado del palacete de los Polo-Franco, pues nadie les impedía pasar al mismo.  El acceso a dicho recinto fue siendo cada vez más restringido pues desde 1949 con la llegada de Salgueiro, fueron suboficiales -sargentos- de la Guardia Civil y sus familias, llegados desde Galicia, quienes se ocuparon del cuidado de las propiedades de los Polo-Franco en San Cucao.

Luisa tiene múltiples anécdotas con la Guardia Civil protectora de La Piñella; muchas veces, al regreso de la escuela, algún uniformado le pedía que fuera a comprarle tabaco al cercano bar de casa García. Carmen tiene bien marcado en su memoria cuando al atardecer-noche regresaban del baile o del cine con el jolgorio propio tanto de la edad como del momento y poca iluminación en el camino, eran sorprendidos por el “quien va” de una voz inquisitiva y masculina y la respuesta juvenil también escueta y resolutiva de “gente de paz”.

Las hermanas Loli, Veli y Carmina, hijas de Avelina y que ya no vivieron en La Cogolla, , recuerdan como con unos cinco años, en una de sus visitas a la zona coincidiendo con la presencia de Franco en la finca, pues su tía Carmen ejercía como dama de compañía de la señora Polo, se agolpaban como otros muchos vecinos junto a las garitas de entrada del recinto, pues allí los coches de la comitiva obligados por el trazado de la carretera, debían aminorar la marcha e incluso el general y señora saludaban a los congregados bajando la ventanilla del coche. En cierta ocasión, oyeron decir a la tía Carmen, al pasar en coche junto a ellas que estaría bien dar unas galletas a las niñas. La sorpresa fue mayúscula cuando minutos después un hombre vestido de blanco impoluto y con el típico gorro de cocinero sobre su testa, se les acercó cumpliendo el encargo.

Cuando se fueron de La Cogolla, había tan contundente nevada, que imposibilitaba el acceso hasta la casa del camión de Justo el Rabilu de Tuernes para cargar los muebles de la mudanza. Por ello, esta se hizo a través de las vías asfaltadas que unían el palacete de la Piñella con la carretera general. Parte de aquel mobiliario, particularmente arcones de madera maciza ricamente tallada pasarían a manos de familiares residentes en una casería de Molleda.

El Felechal

La casa era de piedra, típicamente mariñana, de una planta con el portalón característico de estas construcciones. Aquí se recuerda a “Pin del Felechal”, casado con María que era natural de Villardeveyo, quien además de las tareas propias de una casería, Pin desempeñaba el oficio de tratante de ganados.  Aurora Álvarez Álvarez, su hija, casó con Ramón Díaz Fernández, nacido en 1909 en Les Ranes de Guyame y fallecido en 1976. María fallecería algunos años después con 70 años. Ramón trabajó 32 años en las minas de Malaespera y Ladreda en Villabona, y al marchar del Felechal ejerció como ordenanza en el economato de ENSIDESA.

Fueron hijos de Ramón y Aurora, Marcelina, Guadalupe, Ramón y Juan Luis Díaz Álvarez, éste último mi interlocutor para este reportaje y que contaba con once años cuando su familia al completo se trasladó a Avilés.

Marcelina y Guadalupe, al igual de sus vecinas de La Cogolla, trabajaron como limpiadoras en ENSIDESA hasta su matrimonio, según la normativa ya antes indicada. Guadalupe, aunque falleció en Oviedo, tras casarse, buscó mejores condiciones de vida en Caracas. Ramón ya trabajaba como albañil y como tal había participado en la construcción de las cocheras de La Piñella con José de la Cogolla, y siguió con ese oficio en la siderúrgica. Por su parte, Juan Luis, pasó de la escuela de don José en La Piñella, a la de Llaranes, trabajó como mecánico en una empresa privada de Avilés antes de incorporarse al equipo de mantenimiento en las instalaciones de baterías y laminación en frío de ENSIDESA.

Aunque era un crio en sus años en el Felechal, tiene claras las imágenes propias de una casería, las típicas tareas de labranza, la comuña de una decena de vacas y los productos cosechados en la huerta de casa, especialmente la remolacha, tanto la forrajera como la destinada al consumo humano. A él le gustaba aquella vida, tampoco había conocido otra, y el cambio le planteaba la simple curiosidad infantil de lo desconocido, aunque hoy lo evalúa como muy positivo.

Como juego en los recreos recuerda especialmente el de “piocampo”, con los críos de casa Racha de Tuernes y el Moreno Mazurén. Fue al catecismo necesario para hacer la primera comunión con Isabel de Les Caleyes, muy exigente ella, y recuerda que una vez fue agraciado con un par de zapatos de Segarra, aunque no sabe muy bien si por sorteo o a discreción. Recibió la primera comunión del recordado párroco don Ángel. Asistió poco al cine de casa Bienvenido y los recuerdos sobre la presencia de Franco y el despliegue protector a su alrededor, aunque agradables, son escasos y un poco difusos.

Serían todas estas personas quienes ocuparon las últimas viviendas propiedad de los Polo en la zona de La Cogolla cercana a La Piñella. No se conoce la razón última de los propietarios de ésta para deslocalizar a dos familias bien arraigadas allí, pero es bien conocido que el poderío de los Polo-Franco era casi absoluto y, en este caso, tanto el desalojo como las contrapartidas ofrecidas para realizarlo sin trauma, constituyen una clara manifestación de este.