LLANERA

SOCIEDAD

La vecina de Posada, Candelaria Josefina Santana, cumplió los 100 años

Sábado 16 de Marzo del 2024 a las 09:05


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Posada de Llanera cuenta con una vecina centenaria, Candelaria Josefina Santana, ya que cumplió los 100 el pasado día de la Candelaria el 2 de febrero. Nació en Moeche en la Coruña, perteneciente a la comarca de Ferrol, donde se crio. La centenaria recuerda que su padre viaja constantemente a Cuba, ya que trabajaba allí, en Ferrol dejaba a su mujer y tres hijas, incluida Candelaria, que es la menor. “Nunca fui a la escuela porque fue cuando la guerra civil y mi padre falleció en Ferrol, una de las veces que vino, y nos quedamos solas. Yo casi no me acuerdo de él, porque era muy pequeña. Teníamos muchas fincas y una casa muy bonita, pero nos quedamos sin nada al fallecer mi padre”, explicó.

Candelaria lleva 65 años en Asturias. Ella y su marido se conocieron en el baile y se casaron en Ferrol, porque los dos eran vecinos de la comarca, pero en una boda conocieron a unas personas que vivían en Ferroñes, “eran familia de familia y le dijeron a mi marido, Manuel Pérez, que se tenía que venir a Llanera porque había mucho trabajo, eran Armando y Mina, vecinos de Feroñes, porque aquí se cogían abrazados las perras”, recordó.
Manuel había sido contratado en el astillero de Bazán, donde trabajaba Candelaria porque ella estaba en un restaurante a la entrada, “pero él decidió rechazar el trabajo y venirse a Ferroñes, no le convenció la casa y puso rumbo a Posada, por las vías del tren y le encontró la guardia civil, que decidió acompañarle, hasta que llegó a casa de María Luisa en la zona de Caraviés, que eran familiares de Nina y Armando. Estas personas fueron como mis padres, cuando hice la casa me dejaron dinero y me ayudaron en todo lo que pudieron. Manolo llegó a casa de María Luisa de madrugada y le dijeron que no se marchaba que se quedaba allí, ya que ellos le iban a buscar trabajo y así fue”, explicó.

Candelaria trabajaba como pinche de cocina, junto a su hermana en el restaurante, que era la cocinera. “Me acuerdo que hacíamos la cena para las fiestas de Navidades, contábamos con la ayuda de los camareros para sacar la comida y después repartíamos las propinas entre todos”, explicó.
El marido de Candelaria comenzó a trabajar en la Didier en Lugones, porque allí trabajaba un primo de María Luisa y le empleó en la fábrica, hasta que falleció. “Me llamaron cuando Manuel encontró trabajo y yo vine para aquí, todavía no teníamos hijos, porque tuve uno que murió de meningitis, por una imprudencia médica. Cuando vine para Asturias, nos fuimos a vivir a Coruño, en la fonda de Pilar, y a los tres meses una amiga que conocí me trajo para vivir con un señor mayor, Saturno, limpiaba la casa, le hacia la comida y no me cobraba nada, era en el Cruce de Posada. Estuvimos allí hasta que comenzamos a hacer la casa en la Quintana”, explicó.
Fue en esa casa de la Quintana, donde nació su única hija, María del Mar, “aquí en Llanera tuve una vaca y vendía la leche, como al principio no sabía catarlas tuve que comprar una catadora.
Compraba cerdos capados, mataba uno y el otro lo vendía y me daba para todos los gastos. Mi esposo conoció al jefe de la cocina de la escuela de Posada y fuimos tres amigas allí a trabajar cocinando para los rapacinos, fue cuando vendí todo para dedicarme a ser cocinera en la escuela y allí me jubilé. Antes de eso también trabajé en la panadería de Santos. En Posada siempre me trataron todos muy bien y como una vecina más. Mi marido falleció hace 31 años”, apuntó.
Candelaria tiene dos nietos, un chico y una chica, Marcos y Almudena, “Posada ha cambiado muchísimo en 65 años, había muy pocas casas, incluso había un baile. Iba mucho a Agüera a trabajar, porque la señora que me trajo a Posada estaba casada, pero era de Agüera y tenía que ir a por ella. José Manuel el de casa Roxiu fue como mi padre, porque me ayudó para hacer la casa y no dudó en prestarme dinero, él trabaja como revisor en los autobuses y tenía vacas en la finca y sembraba lo de él, después me ayudó a hacer lo mío. Cuando estábamos haciendo la casa incluso me vestí de hombre y amasé, subí ventanas y todo para ahorrarme el dinero. Dos sacos de cementó los subía por la cuesta de la Quintana en carretillo”, apuntó.

La centenaria recuerda que cuando se jubiló se dedicó a cuidar de su huerto y sobre todo de sus plantas, que es lo que más le gusta en la vida, cuidar de sus plantas, darles todos los mimos posibles. “Me encuentro muy bien y no sé el secreto para mantenerme así, tomo solo pastillas para el dolor, pero yo me dedico a regar las plantas, aunque me lleve dos horas, porque no me fio que lo haga nadie más”, apuntó. La hija vive al lado y asegura que come de todo, porque siempre come y cena con ellos, todavía sigue activa en su casa y viviendo sola.