LLANERA

SOCIEDAD

Paquito y Carmina, de la Piñella al Pardo

Domingo 29 de Octubre del 2023 a las 09:54


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Este mes se cumplen cien años de una sonada boda, cual fue la de Francisco Franco y Carmen Polo. Tuvo lugar el 22 de octubre de 1923, lunes, en la popularmente conocida como “catedral del ensanche”, hoy día basílica y entonces Iglesia de San Juan el Real de Oviedo.

Dado que la novia estaba muy ligada a Llanera, y particularmente a San Cucao donde en la finca familiar de La Piñella veraneaba, aún propiedad de sus herederos hoy día, este aniversario parece propicio para, con base en prensa de la época y documentos varios, rememorar algunos avatares del noviazgo y posterior boda de los protagonistas.

Carmen Polo y Martínez Valdés nació en Oviedo el 11 de junio de 1902, era pues diez años más joven que Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, quien vino al mundo en El Ferrol el 4 de diciembre de 1892. Éste, hijo de Nicolás Franco y Salgado Araújo, militar considerado algo mujeriego y de María del Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade; el padre de ella, Felipe Polo Flores, era de conducta impecable salvo en el ámbito femenino, abogado de profesión, alto y guapo según las crónicas, hijo de un médico palentino asentado en Oviedo a mediados del siglo XIX. Estaba casado con Ramona Martínez-Valdés y Martínez-Valdés, de renombrada familia llanerense.

La familia Polo tenía su señorial residencia en la calle Uría de Oviedo, se codeaba con lo más granado de la sociedad ovetense de la época siendo Carmen la segunda hija del matrimonio, tras el primogénito Felipe, seguida por Isabel y Ramona, alumnas todas de las ursulinas y después de las salesas, y que huérfanas de madre, quedaron bajo la tutela de su tía Isabel con la ayuda de la gobernanta francesa Claveríe.

Sería en los corrillos con sus compañeras de las Salesas donde Carmen supo de la existencia del “comandantín”, militar destinado en Oviedo, bajo de estatura, pero apuesto, quien se desplazaba en un caballo blanco y se hospedaba en el Hotel París; según se rumoreaba en los conciliábulos sociales de la época, era de misa diaria, experto en el juego del ajedrez y nada aficionado al alcohol. Se decía que había suspirado por tres mujeres, que no le correspondieron. A la acera enfrente de dicho hotel, acudiría alguna vez Carmen para satisfacer su curiosidad de verlo, lo que supuso un enamoramiento juvenil que ella guardaba para sí a la espera de que en alguna de las reuniones sociales tuvieran la oportunidad de saludarse personalmente, cosa por lo demás difícil dada su edad y estar siempre acompañada por su tía Isabel.

Esta, Isabel tía, opinaba que los ojos de Carmen guardaban secretos tan profundos que daban escalofríos y dado lo esbelta alta y morena que era, la convertirían en un polo de atracción para vástagos con títulos nobiliarios, lo que favorecía el estatus social de los Polo. Estos, Isabel y Felipe Polo, no veía con buenos ojos al “comandantin”, al que Felipe calificaba como “mal pájaro”.  No obstante, por eso de la vida en sociedad, Carmen y Franco se encontraron en una romería de verano y de este primer encuentro pasaron de los formalismos sociales de la época a llamarse entre sí Paquito y Carmina. Corría el año 1917 por lo que el flechazo ocurrió cuando Carmen contaba con 15 años y Francisco con 25 y, desde entonces, coincidían frecuentemente en la vida social de la novelada Vetusta.

Cuando Carmen le habló por primera vez a su padre de su interés por el “comandantín”, recibió una bofetada por respuesta, ante lo cual, escribió a Paquito para no verse durante algún tiempo y relacionarse solo por carta. Felipe y su hermana Isabel, siempre esperaron que aquél supuesto enamoramiento de la cría quedaría olvidado al volver a las Salesas. Pero Paquito escribía al Colegio y viendo las monjas aquella frecuencia de correspondencia, y que Franco era asiduo en la misa que allí se oficiaba a diario, interceptaron las misivas remitiéndolas a Felipe Polo.

Sería al final del curso, en 1918, cuando padre e hija hablarían seriamente sobre el “comandantín”, aquél intentando disuadirla bajo el argumento de que con Paquito no había un futuro claro acorde con su nivel social, equiparando al militar con un torero; Carmina se mantuvo firme y su padre no tuvo más remedio que darle permiso para ver a Paquito, viéndose desde entonces con la frecuencia que imponía las normas sociales de la época.

Meses después, los Polo recibieron formalmente a Franco en su residencia de Oviedo, ofreciéndole una merienda, pasteles y cava, lo que constituyó la pedida de mano; antes de la merienda, Felipe Polo y Francisco Franco charlaron del presente y futuro en el despacho de aquél. Al parecer, durante la intensa charla, Franco le pidió a su futuro suegro que no le llamara Paquito ni “comandantín” delante de invitados. Tiempo después, los Polo viajarían al Ferrol para conocer a la familia de Paquito, visita un tanto decepcionante para Carmina a quien, según se dijo, no agradó ni la ciudad ni la casa de sus suegros.

Como es lógico, además de Oviedo y probablemente alrededores, San Cucao fue escenario de los encuentros de la pareja como novios. Personas mayores de este pueblo cuentan que la portilla en el muro que separa la propiedad de los Polo del camino al Peñeo, frente a la fuente Caguernia, era un lugar habitual de encuentros, ella en su finca acompañada de la “carabina” y él al otro lado del muro, a donde llegaba desde Oviedo en su caballo a través del Naranco y Brañes. Las tardes de costura vecinal en Les Caleyes, caserío cercano a La Piñella, era otro lugar de encuentro. Más adelante, la casa del médico municipal y también particular de la familia, Federico Gil de Arévalo, tanto en Posada como en la consulta que tenía en la “casa doña Pepa” en San Cucao, así como la propia Piñella, fueron lugar de encuentros y meriendas compartidas.

Por razones militares, consecuencia de los destinos profesionales de Franco, la boda fue aplazada hasta tres veces, con la consiguiente inquietud y ansiedad para la novia, a quien Gil de Arévalo recetó tres copas diarias de “jerez quina”, con pocos resultados para mejorar el apetito y el equilibrio nervioso de aquella.

Finalmente, tras dejar África, Franco, ya teniente coronel, fue destinado al mando del Regimiento Príncipe en Oviedo y, conseguida la reglamentaria venia real imprescindible por ser gentilhombre de cámara de Alfonso XIII, que le consideraba “altísimo amigo” los casó el capellán castrense en la hoy Basílica de San Juan, templo que había sido inaugurado en 1915.

El afecto del Rey a Franco quedó de manifiesto siendo su padrino de boda, aunque representado por el general Antonio Losada, gobernador militar de Asturias. Como madrina ejerció Pilar Martínez-Valdés, una tía de la novia, lo que supuso relegar a la madre del novio de tal privilegio, dándose la circunstancia de que los padres de ambos contrayentes, Nicolás y Felipe no asistieron a la ceremonia.

La boda fue un acontecimiento para la alta sociedad de Oviedo. Según el periódico ABC, la iglesia estaba atestada de público y en el trayecto de regreso a su vivienda, miles de personas vitorearon al nuevo matrimonio, tal como se intuye de fotos de la época. Carmina declararía tiempo después que la multitud dejó su blanco traje hecho un guiñapo. La casona de La Piñella sería escenario de su corta luna de miel.

En “El Carbayón”, periódico de Oviedo, hay el siguiente testimonio sobre el particular: “Ayer ha gozado Oviedo de unos momentos de íntima y deseada satisfacción, de jubilosa alegría. Si grande y legítimo era el afán de los novios de ver bendecido su amor ante el altar, inmenso era también el interés del pueblo por verlos felices. El pueblo ha puesto algo de su corazón participando de sus incertidumbres, zozobras e impaciencias”.

 En 1948, plena posguerra, siendo Paquito “generalísimo” y jefe del Estado español, se colocó en San Juan el Real una placa conmemorativa de los veinticinco años del “fausto acontecimiento”. La placa está situada a cierta altura en una columna a la izquierda de la nave, en el acceso al columbario de esa zona. La vida del matrimonio, cincuenta y cuatro años juntos, y sus avatares particulares, quedarían en su mayor parte difuminados por su condición de figuras públicas de primer orden, y lo que de ella trascendió tal vez no se retrató ni fidedignamente ni con el detalle que la curiosidad popular demandabada.